- El pez por su boca
muere -
"La terrible inequidad entre aquel que puede ir a una escuela privada y aquel que tiene QUE CAER en una escuela pública.” Macri dixit.
"La terrible inequidad entre aquel que puede ir a una escuela privada y aquel que tiene QUE CAER en una escuela pública.” Macri dixit.
La expresión del Presidente Mauricio Macri trasluce un
pensamiento elitista. Encuadra la elección de la escuela privada como un
ejercicio de poder agente de
superioridad social. Desde ese lugar jerárquico compadece a quienes la vida depara el terrible
destino de acceder – caer en sus propios términos - en la escuela pública, ubicada
en el peor lugar, el escalón más bajo y miserable de la pirámide.
Expresión vergonzosa
para un funcionario público, indigna para cualquier ciudadano que se precie de
conocer la constitución y las leyes.
Podríamos argumentar el
sentido inverso, decir que existen en el
ámbito privado situaciones de exclusión y de discriminación que son francamente
no recomendables para un pensamiento progresista y avanzado, que en muchas escuelas
privadas el conocimiento es una mercancía y no un bien social o que la escuela
privada segrega y discrimina la matricula, o contrata y despide arbitrariamente
a sus docentes.
Podríamos decir también
que las escuelas del Estado son diversas, heterogéneas, y que – siendo este
uno de sus méritos, alberga a distintos
grupos sociales y culturales, constituyendo un ámbito de promoción de derechos
para los sectores postergados de la
sociedad y una escuela de participación y ejercicio de ciudadanía para el
conjunto de la población. Pero quiero detenerme en uno de los problemas más
agudos de la escuela estatal que el presidente – como tantas otras cuestiones –
parece ignorar.
Se trata de la
dimensión social del problema educativo, el impacto que la brecha de la
desigualdad, profundizada en la década de los 90 y en la crisis de los
años 2001 y 2002 causó en el sistema.
La escuela estatal generó
normativas y políticas destinadas a incluir masivamente a los sectores sociales
caídos en la pobreza y la desocupación, logrando retenerlos y alcanzando
niveles importantes de escolaridad. Al
mismo tiempo tuvo que desarrollar dispositivos de atención social integral a
través de comedores, becas para los
grupos de niños y adolescentes excluidos
y de las poblaciones migrantes, programas de seguimiento para adolescentes y
jóvenes con distintos grados de vulnerabilidad.
Las escuelas del
estado ubicadas en los barrios y asentamientos pobres de los barrios del Sur,
de los cordones del conurbano bonaerense, o en la periferia de las grandes
ciudades, se convirtieron en el resguardo de los niños niñas y adolescentes provenientes
de los sectores humildes de la sociedad.
Es indudable que las familias
de nivel acomodado o en ascenso social buscaron espacios educativos de mayor
homogeneidad social e incluso étnica, lo
cual reforzó el proceso de fuerte
segmentación educativa inherente a las sociedades periféricas o del capitalismo
dependiente.
En las escuelas de los
barrios humildes existe una reproducción cultural de la pobreza y la exclusión
contra la cual la docencia lucha diaria y apasionadamente. Para los parámetros
“oficiales” el bagaje cultural que traen
los chicos de los sectores populares no cuenta. Esta es una dimensión ignorada por la
evaluación educativa del neoliberalismo, uno de los motivos que ha generado el
fuerte y masivo repudio de la docencia y de las organizaciones impulsoras de
los derechos humanos y del derecho a la
educación como un bien social.
La huelga docente, la
marcha federal educativa, el debate público de estas temáticas cobra particular
sentido. Se ha convertido en uno de los
ejes de lucha de mayor profundidad política y cultural en la resistencia al
embate neoliberal.
El gobierno nacional,
los gobiernos locales, expresan cada vez con mayor claridad, la mercantilización y el predominio de lo
privado sobre lo público. Contra ello luchamos, cada vez con mayor masividad,
mayor fuerza, mayor coraje ciudadano.
nota de Maria Elena Naddeo
nota de Maria Elena Naddeo
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