Palabras de la diputada Naddeo en la sesión de homenaje al 33 Aniversario de la Primera ronda de las Madres en Plaza de Mayo (Día del Coraje Civil, 30/4/1977)
Señor presidente: es para mí un honor y una enorme alegría poder hablar en nombre de mi bloque, Diálogo por Buenos Aires, en este homenaje a las Madres de Plaza de Mayo, a treinta y tres años de aquella primera ronda que empezó a jalonar un camino y una huella muy profunda: la huella de la memoria, la huella de la verdad y la huella de la justicia.
Para quienes éramos delegados estudiantiles o militantes barriales, todos muy jóvenes en aquellos años, la evocación de la dictadura militar, el secuestro sistemático de compañeros y compañeras detenidos desaparecidos, es un recuerdo muy fuerte que tiene que ver, quizás, con los peores años de nuestra vida y con los peores años de la historia argentina.
Nunca hubo a nivel país un plan tan sistemático y tan deliberado de exterminio de toda una generación que había planteado en forma muy diversa –posiblemente, anárquica; posiblemente, contradictoria– la posibilidad cierta de construir una sociedad distinta, una sociedad basada en la igualdad, en la justicia y en la plena participación social.
Ese plan sistemático estuvo en manos del sector mas concentrado del poder económico –expresado en las políticas de Martínez de Hoz– y del sector más reaccionario de las Fuerzas Armadas Argentinas las que, en realidad, vinieron a confrontar y a voltear a un gobierno que -a pesar de estar sumamente atravesado por las tensiones internas y con grandes cuestionamientos de la sociedad- era un gobierno onstitucional y, al poco tiempo, iba a ser revalidado, o no, en nuevas elecciones.
El golpe militar del 24 de marzo de 1976 fue un hecho político deliberado que tuvo que ver con un plan general internacional, que no solamente se expresó en nuestro país, en la Argentina, sino también en varios países de América Latina.
Tuvo que ver con desestructurar lo que quedaba del Estado de bienestar; con desestructurar lo que quedaba de las organizaciones obreras y populares; con desestructurar y desmantelar toda una generación de militancia política y social que estaba formada en las más avanzadas ideologías de las décadas de los ’60 y los ’70, que avizoraban y delineaban la posibilidad de construir una sociedad diferente al sistema de explotación en que vivíamos y en el que todavía seguimos viviendo.
Por eso el valor de las madres de empezar a recorrer esa Plaza de Mayo –que es nuestro símbolo histórico, nuestro punto de partida como Nación–, el valor de mantenerse pese a todas las presiones y a todas las amenazas, y el valor de seguir con esta lucha a lo largo de los años, realmente, creo que traspasó todas las historias y todos los ejemplos.
Recién hablaba con una de las madres y le decía que de no haber sido por su presencia, su constancia y su perseverancia, posiblemente, no habrían sido juzgados y condenados los distintos integrantes de las Juntas Militares; tampoco tendríamos hoy, por fin, los juicios por la memoria, la verdad y la justicia para superar lo que pudieron acallar las leyes del perdón, de la Obediencia Debida y del Punto Final.
Quiero sumar a este homenaje el recuerdo de otra de las madres de Plaza de Mayo que, si bien hoy no tiene militancia, estuvo presente en los primeros momentos. Se trata de la madre de dos compañeras militantes políticas muy jóvenes, amigas entrañables de mi adolescencia y juventud: María Magdalena y Graciela Beretta. Su mamá, Magdalena Beretta era un ama de casa del barrio de Devoto, que no podía entender cómo esos criminales le habían arrebatado a sus dos jóvenes hijas, una estudiante de Psicología, y la otra, recién recibida de abogada. La mamá de esas jóvenes no pudo sostener la lucha de las madres, pero su amor está presente en nuestros recuerdos, como también están presentes los nombres de las hermanas Beretta en ese maravilloso monumento a las víctimas del terrorismo de Estado ubicado en la Costanera y que fue parte de lo que en esta ciudad, con los organismos de derechos humanos y las fuerzas políticas progresistas, populares y democráticas, pudimos construir y homenajear.
Hoy tenemos plena vigencia de las instituciones democráticas y podemos decirles a nuestros hijos y a nuestros alumnos que a pesar de todas las dificultades y los problemas sociales y políticos existentes, no hay mejor vida que la vida en democracia, y que las dictaduras militares han sido las que sembraron el miedo, la tortura, el asesinato, la vergüenza, el oprobio y la humillación.
Por eso, por la recuperación plena de la democracia, por la vigencia de los derechos humanos, por seguir construyendo solidaria y fraternalmente esa sociedad que soñaron nuestros compañeros de militancia en la década del ’70 y los hijos de las madres de Plaza de Mayo, vaya nuestro cariño y reconocimiento a las madres y abuelas, que son nuestro símbolo y que están permanentemente presentes como ejemplo en nuestra evocación. A ellas les brindamos en este homenaje todo nuestro reconocimiento. Por los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos, por la lucha de las madres: ¡presentes, ahora y siempre! (Aplausos.)
Para quienes éramos delegados estudiantiles o militantes barriales, todos muy jóvenes en aquellos años, la evocación de la dictadura militar, el secuestro sistemático de compañeros y compañeras detenidos desaparecidos, es un recuerdo muy fuerte que tiene que ver, quizás, con los peores años de nuestra vida y con los peores años de la historia argentina.
Nunca hubo a nivel país un plan tan sistemático y tan deliberado de exterminio de toda una generación que había planteado en forma muy diversa –posiblemente, anárquica; posiblemente, contradictoria– la posibilidad cierta de construir una sociedad distinta, una sociedad basada en la igualdad, en la justicia y en la plena participación social.
Ese plan sistemático estuvo en manos del sector mas concentrado del poder económico –expresado en las políticas de Martínez de Hoz– y del sector más reaccionario de las Fuerzas Armadas Argentinas las que, en realidad, vinieron a confrontar y a voltear a un gobierno que -a pesar de estar sumamente atravesado por las tensiones internas y con grandes cuestionamientos de la sociedad- era un gobierno onstitucional y, al poco tiempo, iba a ser revalidado, o no, en nuevas elecciones.
El golpe militar del 24 de marzo de 1976 fue un hecho político deliberado que tuvo que ver con un plan general internacional, que no solamente se expresó en nuestro país, en la Argentina, sino también en varios países de América Latina.
Tuvo que ver con desestructurar lo que quedaba del Estado de bienestar; con desestructurar lo que quedaba de las organizaciones obreras y populares; con desestructurar y desmantelar toda una generación de militancia política y social que estaba formada en las más avanzadas ideologías de las décadas de los ’60 y los ’70, que avizoraban y delineaban la posibilidad de construir una sociedad diferente al sistema de explotación en que vivíamos y en el que todavía seguimos viviendo.
Por eso el valor de las madres de empezar a recorrer esa Plaza de Mayo –que es nuestro símbolo histórico, nuestro punto de partida como Nación–, el valor de mantenerse pese a todas las presiones y a todas las amenazas, y el valor de seguir con esta lucha a lo largo de los años, realmente, creo que traspasó todas las historias y todos los ejemplos.
Recién hablaba con una de las madres y le decía que de no haber sido por su presencia, su constancia y su perseverancia, posiblemente, no habrían sido juzgados y condenados los distintos integrantes de las Juntas Militares; tampoco tendríamos hoy, por fin, los juicios por la memoria, la verdad y la justicia para superar lo que pudieron acallar las leyes del perdón, de la Obediencia Debida y del Punto Final.
Quiero sumar a este homenaje el recuerdo de otra de las madres de Plaza de Mayo que, si bien hoy no tiene militancia, estuvo presente en los primeros momentos. Se trata de la madre de dos compañeras militantes políticas muy jóvenes, amigas entrañables de mi adolescencia y juventud: María Magdalena y Graciela Beretta. Su mamá, Magdalena Beretta era un ama de casa del barrio de Devoto, que no podía entender cómo esos criminales le habían arrebatado a sus dos jóvenes hijas, una estudiante de Psicología, y la otra, recién recibida de abogada. La mamá de esas jóvenes no pudo sostener la lucha de las madres, pero su amor está presente en nuestros recuerdos, como también están presentes los nombres de las hermanas Beretta en ese maravilloso monumento a las víctimas del terrorismo de Estado ubicado en la Costanera y que fue parte de lo que en esta ciudad, con los organismos de derechos humanos y las fuerzas políticas progresistas, populares y democráticas, pudimos construir y homenajear.
Hoy tenemos plena vigencia de las instituciones democráticas y podemos decirles a nuestros hijos y a nuestros alumnos que a pesar de todas las dificultades y los problemas sociales y políticos existentes, no hay mejor vida que la vida en democracia, y que las dictaduras militares han sido las que sembraron el miedo, la tortura, el asesinato, la vergüenza, el oprobio y la humillación.
Por eso, por la recuperación plena de la democracia, por la vigencia de los derechos humanos, por seguir construyendo solidaria y fraternalmente esa sociedad que soñaron nuestros compañeros de militancia en la década del ’70 y los hijos de las madres de Plaza de Mayo, vaya nuestro cariño y reconocimiento a las madres y abuelas, que son nuestro símbolo y que están permanentemente presentes como ejemplo en nuestra evocación. A ellas les brindamos en este homenaje todo nuestro reconocimiento. Por los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos, por la lucha de las madres: ¡presentes, ahora y siempre! (Aplausos.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario