Macri (Argentina), Santos (Colombia), Capriles (Venezuela), Temer
(Brasil), Kuczynski (Perú), Piñera (Chile).
La coyuntura global está marcada por
una crisis deflacionaria motorizada por las grandes potencias. La caída de los
precios de las commodities descubre el desinfle de la demanda internacional
mientras tanto se estanca la ola financiera, muleta estratégica del sistema
durante las últimas cuatro décadas. La crisis de la financierización de la
economía mundial va ingresando de manera zigzagueante en una zona de depresión,
las principales economías capitalistas tradicionales crecen poco o nada y China
se desacelera rápidamente. No presenciamos la “recomposición”
política-económica-militar del sistema como lo fue la reconversión keynesiana
(militarizada) de los años 1940 y 1950 sino su degradación general.
El progresismo
Inmersa en este mundo se despliega la
coyuntura latinoamericana donde convergen dos hechos notables: la declinación
de las experiencias progresistas y la prolongada degradación del neoliberalismo
que las precedió y las acompañó desde países que no entraron en esa corriente
de la que ahora ese neoliberalismo degradado aparece como el sucesor.
Los progresismos latinoamericanos se
instalaron sobre la base de los desgastes y en ciertos casos de las crisis de
los regímenes neoliberales y cuando llegaron al gobierno los buenos precios
internacionales de las materias primas sumados a políticas de expansión de los
mercados internos les permitieron recomponer la gobernabilidad.
El ascenso progresista se apoyó en dos
impotencias; la de la derechas que no podían asegurar la gobernabilidad,
colapsadas en algunos casos (Bolivia en 2005, Argentina en 2001-2002, Ecuador
en 2006, Venezuela en 1998) o sumamente deterioradas en otros (Brasil, Uruguay,
Paraguay) y la impotencia de las bases populares que derrocaron gobiernos, desgastaron
regímenes pero que incluso en los procesos más radicalizados no pudieron
imponer revoluciones, transformaciones que fueran más allá de la reproducción
de las estructuras de dominación existentes.
En Brasil el zigzagueo entre un
neoliberalismo “social” y un keynesianismo light casi irreconocible fue
reduciendo el espacio de poder de un progresismo que desbordaba fanfarronería
“realista” (incluida su astuta aceptación de la hegemonía de los grupos
económicos dominantes). La dependencia de las exportaciones de commodities y el
sometimiento a un sistema financiero local transnacionalizado terminaron por
bloquear la expansión económica. Finalmente, la combinación de la caída de los
precios internacionales de las materias primas y la exacerbación del pillaje
financiero precipitaron una recesión que fue generando una crisis política
sobre la que empezaron a cabalgar los promotores de un “golpe blando” ejecutado
por la derecha local y monitoreado por los Estados Unidos.
En Argentina el “golpe blando” se produjo
protegido por una máscara electoral forjada por una manipulación mediática
desmesurada. El progresismo kirchnerista en su última etapa había conseguido
evitar la recesión aunque con un crecimiento económico anémico sostenido por un
fomento del mercado interno respetuoso del poder económico.
Restauraciones
Por lo general el progresismo califica
a sus derrotas o amenazas de derrotas como victorias o peligros de regreso del
pasado neoliberal. También suele utilizarse el término “restauración
conservadora”, pero ocurre que esos fenómenos son sumamente innovadores, tienen
muy poco de “conservadores”. Cuando evaluamos a personajes como Aecio Neves,
Mauricio Macri o Henrique Capriles no encontramos a jefes autoritarios de
elites oligárquicas estables sino a personajes completamente inescrupulosos,
sumamente ignorantes de las tradiciones burguesas de sus países, incluso en
ciertos casos con miradas despreciativas hacia las mismas.
Otro aspecto importante de la coyuntura
es la irrupción de movilizaciones ultra-reaccionarias de gran dimensión donde
las clases medias ocupan un lugar central. Los gobiernos progresistas suponían
que la bonanza económica facilitaría la captura política de esos sectores
sociales pero ocurrió lo contrario: las capas medias se derechizaban mientras
ascendían económicamente, miraban con desprecio a los de abajo y asumían como
propios los delirios neofascistas de los de arriba. El fenómeno sincroniza con
tendencias neofascistas ascendentes en Occidente, desde Ucrania hasta los
Estados Unidos pasando por Alemania, Francia, Hungría. Es una expresión
cultural del neoliberalismo decadente, pesimista, de un capitalismo nihilista
ingresando en su etapa de reproducción ampliada negativa donde el apartheid
aparece como la tabla de salvación.
Pero este neofascismo latinoamericano
incluye también la reaparición de viejas raíces racistas y segregacionistas que
habían quedado tapadas por las crisis de gobernabilidad de los gobiernos
neoliberales, la irrupción de protestas populares y las primaveras progresistas.
Sobrevivieron a la tempestad y en varios casos resurgieron incluso antes del
comienzo de la declinación del progresismo como en Argentina el egoísmo social
de la época de Menem o el gorilismo racista anterior.
Una observación importante es que el fenómeno
asume características de tipo “contrarrevolucionario”, apuntando hacia una
política de tierra arrasada, de extirpación del enemigo progresista. Es lo que
se ve actualmente en Argentina o lo que promete la derecha en Venezuela o
Brasil. La blandura del contrincante, sus miedos y vacilaciones excitan la
ferocidad reaccionaria. Refiriéndose a la victoria del fascismo en Italia
Ignazio Silone la definía como una contrarrevolución que había operado de
manera preventiva contra una amenaza revolucionaria inexistente. Esa no
existencia real de amenaza o de proceso revolucionario en marcha, de avalancha
popular contra estructuras decisivas del sistema desmoronándose o quebradas,
envalentona (otorga sensación de impunidad) a las elites y su base social.
Si el progresismo fue la superación
fracasada del fracaso neoliberal, este neofascismo subdesarrollado exacerba
ambos fracasos inaugurando una era de duración incierta de contracción
económica y desintegración social. Basta ver lo ocurrido en Argentina con la llegada
de Macri a la presidencia: en unas pocas semanas el país pasó de un crecimiento
débil a una recesión que se va agravando rápidamente producto de un gigantesco
pillaje. No es difícil imaginar lo que puede ocurrir en Brasil o en Venezuela
que ya están en recesión si la derecha conquista el poder político.
La caída de los precios de las
commodities y su creciente volatilidad, que la prolongación de la crisis global
seguramente agravará, han sido causas importantes del fracaso progresista y
aparecen como bloqueos irreversibles de los proyectos de reconversión
elitista-exportadora medianamente estables. Las victorias derechistas tienden a
instaurar economías funcionando a baja intensidad, con mercados internos
contraídos e inestables. Eso significa que la supervivencia de esos sistemas de
poder dependerá de factores que los gobiernos pretenderán controlar. En primer
término el descontento de la mayor parte de la población aplicando dosis
variables de represión, embrutecimiento mediático, corrupción de dirigentes y
degradación moral de las clases bajas. Se trata de instrumentos que la propia
crisis y la combatividad popular pueden inutilizar. En ese caso el fantasma de
la revuelta social puede convertirse en amenaza real.
EE.UU.
Los Estados Unidos desarrollan una
estrategia de reconquista de América Latina aplicándola de manera sistemática y
flexible. El golpe blando en Honduras fue el puntapié inicial al que le siguió
el golpe en Paraguay y un conjunto de acciones desestabilizadoras, algunas muy
agresivas, de variado éxito que fueron avanzando al ritmo de las urgencias
imperiales y del desgaste de los gobiernos progresistas. En varios casos las
agresiones más o menos abiertas o intensas se combinaron con buenos modales que
intentaban vencer sin violencias militar o económica o sumando dosis menores de
las mismas con operaciones domesticadoras. Donde no funcionaba eficazmente la
agresión empezó a ser practicado el ablande moral, se implementaron paquetes
persuasivos de configuración variable combinando penetración, cooptación,
presión, premios y otras formas retorcidas de ataque psicológico-político.
El resultado de ese despliegue complejo
es una situación paradojal: mientras los Estados Unidos retroceden a nivel
global en términos económicos y geopolíticos, van reconquistando paso a paso su
patio trasero latinoamericano. La caída de Argentina ha sido para Estados
Unidos una victoria de gran importancia trabajada durante mucho tiempo a lo que
es necesario agregar tres maniobras decisivas de su juego regional: el
sometimiento de Brasil, el fin del gobierno chavista en Venezuela y la
rendición negociada de la insurgencia colombiana.
Perspectivas populares
Más allá de la curiosa paradoja de un
Estados Unidos decadente reconquistando su retaguardia territorial, desde el
punto de vista de la coyuntura global, de la decadencia sistémica del
capitalismo, la generalización de gobiernos pro-norteamericanos en América
Latina puede ser interpretada superficialmente como una gran victoria geopolítica
de los Estados Unidos. Pero si profundizamos el análisis e introducimos por
ejemplo el tema del agravamiento de la crisis impulsada por esos gobiernos
tenderíamos a interpretar al fenómeno como expresión específica regional de la
decadencia del sistema global.
El alejamiento del estorbo progresista
puede llegar a generar problemas mayores a la dominación estadounidense, si
bien las inclusiones sociales y los cambios económicos realizados por el
progresismo fueron insuficientes, embrollados, estuvieron impregnados de
limitaciones burguesas y si su autonomía en materia de política internacional
tuvo una audacia restringida; lo cierto es que su recorrido ha dejado huellas,
experiencias sociales, dignificaciones (suprimidas por la derecha) que serán
muy difícil extirpar y que en consecuencia pueden llegar a convertirse en
aportes significativos a futuros (y no tan lejanos) desbordes populares
radicalizados.
La ilusión progresista de humanización
del sistema, de realización de reformas “sensatas” dentro de los marcos
institucionales existentes, puede pasar de la decepción inicial a una reflexión
social profunda, crítica de la institucionalidad conservadora, de la opresión
mediática y de los grupos de negocios parasitarios. En ese caso la molestia
progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán revolucionario no
porque el progresismo como tal evolucione hacia la radicalidad anti-sistema
sino porque emergería una cultura popular superadora, desarrollada en la pelea
contra regímenes condenados a degradarse cada vez más.
* Economista. Docente de la Universidad
de Buenos Aires.
publicado en Pagina 12, suplemento económico
CASH, domingo 26 de junio 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario